¿SE CREÓ EL UNIVERSO DE LA NADA O EXISTIÓ DESDE SIEMPRE PARA QUE NOS ATORMENTASEN CON LA CREACIÓN?
Gamow, fue un físico y astrónomo ucraniano, excéntrico y autodenominado como bromista práctico. Exiliado en USA por el régimen de Stalin, trabajó en diversos temas como el núcleo atómico, la formación estelar, la núcleo-síntesis estelar, la núcleo-cosmo-génesis y el código genético. Todo ello para apoyar la sublime petardada de otro señor realmente pensador, ya que la teoría del big bang ni siquiera era suya, había sido enunciada previamente por otro Jorge, George Lemaître, un cura. Con eso creo que está todo dicho.
Alguien dijo de Gamow que “incluso cuando está equivocado es interesante”. Hoyle y Gamow se jugaron la reputación y la carrera en una guerra dialéctica que aún no ha terminado, ni creo que termine nunca, en la guerra de los creacionistas contra todos, contra la eternidad del universo de Hoyle, contra la evolución de Darwin y contra todo aquel que promulgue una teoría donde las atribuciones divinas puedan verse despejadas o aclaradas por la ciencia.
Gamow fue nombrado profesor en la Universidad George Washington. Trabajaba en un despacho diminuto, cuadrado y mal oxigenado donde se le ocurrió la feliz idea de que valía la pena estudiar el enigma del origen del hidrógeno, y sugirió que la mayor parte del mismo circulaba alrededor del sol antes de que éste se hubiese formado.
Tuvo por tanto que imaginar otro lugar donde se hubieran originado el hidrógeno y el helio.
Imaginó un lugar millones de veces más caliente que el sol, es decir, un lugar de billones de grados centígrados de temperatura, una temperatura en la cual la materia se encontrase como “desgarrada”, en un estado desconocido de energía, donde los núcleos del hidrógeno estuviesen moviéndose tan frenéticamente, y entrechocando tan violentamente como para crearse (como les gusta este verbo) helio a un ritmo prodigioso.
En aquel momento nadie se atrevía a decirle a este señor que en ese escenario hipotético el hidrógeno ya estaba “creado” en otra pare para protagonizar tanto choque, y que estaba introduciendo el enunciado en la propia definición.
Pero cuando todo un auditorio se encuentra enardecido por el desparpajo y la picaresca de un humorista y manipulador de masas innato, pobre del que levante el dedo para referir una observación semejante. Y si es el profe el chistosillo, te crucificaría en una broma.
Con tales premisas, ¿de dónde podría salir un evento de semejantes condiciones térmicas que no fuera el dedito de dios? Un flash y ya está la explicación todos nuestros males. He aquí el milagro especulativo del big bang.
Desde entonces los astrónomos han creído ver en la luz rojiza del universo más alejado a nosotros, en el límite de nuestras pupilas electrónicas, una expansión eterna del universo y un alejamiento continuo y paulatino de las galaxias entre sí.
Y aseguran de manera pomposa y rimbombante que el universo se está expandiendo constantemente y que, por tanto, tuvo de tener un origen. Nada de 3, ni 20, ni 30.500 orígenes, tan sólo uno y nada más, un origen único como único debe ser el dios, pues ellos lo conocen personalmente y por ello son sus intermediarios, un dios que otorgó patente de una empresa con ánimo de lucro y poder, y única.
Y como este ser ha de ser un ser perfecto no puede haber redundancias, ni nuevas versiones, ni retoques... Vamos, que con un único big bang tenemos para debatir hasta el siglo 56, y el universo no habrá cambiado ¡nada!. El universo no va a notar un planeta calvito ya, como marte.
Y le preguntaron por el espacio y el tiempo, el vacío, la combinación de la lotería primitiva y cualquier cosa, pues que a todo le daba respuesta esta especie de bálsamo para todo que es el big bang. Aún se están dando palmadas en la espalda por lo bien que nos funciona esta teoría.
El big bang, todo el universo en un punto infinitesimal (ahí sí que se sirven del concepto "infinito"), no es la causa cosmogónica por excelencia de la materia, el espacio y el tiempo. No es causa de nada. El universo no puede tener causas, pues de tenerla ¿qué sería el agente causante? ¿Y cual la causa de ese causante? ¿Y el causante de la causa de ese causante? ¿Que no ven un bucle sin salida?
Gamow se apalancó una bonita pizarra y se puso a garabatear ecuaciones para calcular la temperatura del punto en el cual se comprimiría todo el universo, y me imagino que calcularía ya de paso el número de bombillas que se podrían encender con su energía acumulada, por que lo de calcular potencias hay que reconocer que se le daba bien.
En 1945 esta teoría chirriaba tanto como ahora, pero de tanto escucharla por todas partes en bocas de tanto genio y de tanto erudito con pretensiones de aparentar cierto nivel de intelectualidad, tiene hoy más fans que el Barcelona FC y el Real Madrid juntos, o más bien, contándolos todos.
Y todo por una luz rojilla... ¿Quién dijo que el negro acaparaba todas las connotaciones peyorativas?
He de confesar que soy un empedernido de "The Big Bang Theory", ya me he visto dos veces las tres temporadas y el episodio piloto no emitido, y sigo disfrutando de este encantador grupo de actores y guionistas. En españa aún no se ha emitido la serie, pero si alguien quiere verse algún capítulo puede pinchar sobre la foto ¡Son un amor! (recomiendo que los descarguéis para no andar reiniciando el router cuando salte el límite de tiempo, pues cuando empiezas a verlos ya no puedes parar).
Los cálculos de Gamow arrojaban que todo el helio existente en una estrella como el sol no habría tenido tiempo de formarse a partir de hidrógeno previo en fusión (entre ambos el 98 por ciento de la materia observable del universo), por lo que se debería haber “creado” en los primeros instantes de la insensata explosión. Una de sus frases más célebres de este señor es la siguiente gansada: “nuestro universo se cocinó en menos tiempo de lo que se tarda en cocinar un plato de pato con patatas asadas”. Como diría Penny ¡Qué rico...!
En seguida se levantaron una oleada de misioneros enarbolando la bandera del creacionismo para ganarse el cielo. La guerra santa contra la ciencia conocía una nueva dimensión, la de la destrucción desde dentro, como originada por la radiactividad sobre los tejidos vivos, poco a poco pero implacable.
Fred Hoyle trató de hacerle frente con todo tipo de argumentos razonables y matemáticos, pero si en algo se caracteriza la fe es en que no hay peor ciego que el que no quiere ver, y reducir lo infinito a un punto, unidad de posición adimensional que equivale a la nada... y reducir la eternidad a un instante también infinitesimal, acaecido además hace tan sólo 14.000.000.000 años... es absurdo, se califican a sí mismos.
Gamow se defendía con un único argumento: que si Hoyle no tenía una respuesta para la creación del hidrógeno, no tenía derecho a inmiscuirse entre dios y su creación, le advirtió que sin ofrecer una alternativa demostrable, lo que quedaba demostrado era el Big Bang. Y como la prensa sensacionalista le hacía eco a todo comentario, por cocinillas que fuese, pues le iba muy bien económicamente y no estaría dispuesto a soltar la gallina de los huevos de oro por muy razonables argumentos que se le presentasen.
Gamow era un maestro del espectáculo y la humanidad estaba tremendamente impactada por las explosiones atómicas de 1945, y por tanto sumisamente interesada en cualquier noticia sobre física nuclear, con lo que las teorías de Gamow y cualquier comentario al respecto que se publicase tenía el éxito de ventas asegurado,. se podría decir que Gamow era sólo la cabeza visible de una enorme industria de la falacia, había nacido casi una nueva religión entre los pesebres de la ciencia.
Para los creacionistas esta discusión quedó zanjada definitivamente a partir de una pueril interpretación de un descubrimiento realizado gracias a un raro instrumento con forma de cuerno que, se había instalado en Nueva Jersey por los laboratorios del emporio tecnológico de Bell.
Era un radiotelescopio diseñado para escuchar el espacio, una oreja gigante dispuesta a escuchar las más sutiles melodías del universo embarcadas sobre ondas de radio. Su propósito inicial fue el análisis de telecomunicaciones vía satélite pero a mediados de los sesenta se convirtió en un as en la manga para decantar la discusión sobre el big bang del lado de sus defensores.
Dieron la noticia como si se tratara de un descubrimiento de incalculable relevancia, como la ansiada "prueba" del big bang.
Dos investigadores, Arno Penzias y Robert Wilson, se dedicaban a estudiar, con el gran radiotelescopio de Bell, el misterioso halo de hidrógeno que existe en torno a la Vía Láctea (como en torno a otras galaxias), pero no conseguían eliminar la nieve, el ruido de fondo que recogía la antena.
Lo intentaron todo, incluso limpiar concienzudamente lo que llamaron “material dieléctrico blanco”, es decir, caca de paloma. Y como no encontraron otra explicación para ese ruido, pues naturalmente debía de ser la prueba definitiva e irrefutable del big bang.
El material dieléctrico gris de estos señores vio la fama al alcance de la mano y excretó la máxima que debía zanjar toda discusión sobre el origen del hidrógeno, el helio y de todo el universo. Una enorme flatulencia del creador y el universo se hizo... Gamow quedaría como campeón del mundo de los pesos pesados de la física teórica, y ostenta todavía la corona ya que nadie ha visto todavía los lugares del cosmos donde el hidrógeno se materializa. Ni se pueden ver, pues son negros, muy negros, como el demonio.
Bien, si se oye ruido es porque el big bang debió existir. Creo que es la afirmación más esclarecedora que he escuchado en toda mi vida. Si llueve es porque las ranas tienen pelo.
Pero no contentos con eso, fueron tan generosos como para brindarnos detalles de tan feliz estallido como que “al poco de producirse, unos 300.000 años después, el universo se expandió y se enfrió lo suficiente como para que se crearan los elementos más ligeros y dejando un universo inundado de luz”. Supongo que esta parte de la creación fue obra de "lucifer".
Gamow había pronosticado que los rescoldos de la creación estarían presentes hoy en día en forma de una débil radiación de microondas, y el ruidillo de la trompetilla de Bell ¡lo había probado!. Ya quiero llorar.
Me quedé perplejo cuando me lo explicaron. Las mentes más exuberantes del planeta, capaces de encontrar infinidad de dimensiones a través de kilómetros de ecuaciones y pizarras desgastadas, aplauden hoy que la detección de esta radiación de fondo cósmica que realizaron Penzias y Wilson. Demostraba que la teoría del Big Bang de Gamow era la correcta y que él tenía razón en su teoría de cómo el hidrógeno y el helio se formaron en el universo primigenio.
¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Yo también tengo respuestas: somos esclavos de las tendencias y las modas más abstrusas. Venimos de unos oscuros tiempos donde la razón se ha relegado siempre a los más oscuros caprichos de la fe, y aplastada por fenómenos de masas regulares y bien planificados. Y vamos a estrellarnos permanentemente y sin que nadie lo remedie con una escolástica obsoleta y permanentemente hipotecada a las instituciones convencionales del poder, con lo que raramente se puede obtener una titulación académica siendo completamente sincero y fiel a los principios generales de la ilustración.
Para los creacionistas que han abierto alguna ventana de la ciencia lo suficientemente grande como para ostentar algún tipo de reconocimiento académico o puesto en la función pública, los avances de la física en el último siglo han sido un “milagro” cosmogónico. Ya se puede reescribir el génesis resumiendo los siete días de la creación en un instante infinitesimal, y explicar la existencia del hidrógeno y el helio como un efecto de los diez primeros minutos del universo.
Metidos en harina ya que no quede.
En los siguientes 300.000 años la expansión de estos gases produce una emisión de luz cuyos restos fueron detectados por Penzias y Wilson con un tanto disimulo, como de casualidad. Y en el tiempo posterior hasta hoy, 14.000.000.000 de años después, estos gases se amontonaron y aplastaron hasta fusionarse para dar lugar al resto de los elementos.
Esta teoría ha hecho dogma entre los científicos. Mezcla verdades absolutas con absolutas tomaduras de pelo, como casi cualquier otra religión, y es propensa a engrandecerse de loor y vanidad hasta el punto de desechar todo lo demás, como cualquier religión.
Mas este bárbaro que no entiende el lenguaje de Roma clavará su hacha en el robusto pilar fundamental de la Negación, que se nutre desde siempre sombrío e inflexible, del suelo de la ignorancia y la miseria, y del cual surgió tras la 2ªGM un nuevo brote de intolerancia en forma de física teórica disfrazada de inofensiva hipótesis que pretende explicar la presencia del hidrógeno en el universo.
La teoría del big bang se considera hoy un hecho probado, pero estoy aquí plantado con mi onda bien cargada, más de razones que de ecuaciones matemáticas y de piedras, contra este Goliat de la física que se nos ha plantado delante para obstaculizarnos la visibilidad y el progreso de la humanidad.
Gamow, fue un físico y astrónomo ucraniano, excéntrico y autodenominado como bromista práctico. Exiliado en USA por el régimen de Stalin, trabajó en diversos temas como el núcleo atómico, la formación estelar, la núcleo-síntesis estelar, la núcleo-cosmo-génesis y el código genético. Todo ello para apoyar la sublime petardada de otro señor realmente pensador, ya que la teoría del big bang ni siquiera era suya, había sido enunciada previamente por otro Jorge, George Lemaître, un cura. Con eso creo que está todo dicho.
Alguien dijo de Gamow que “incluso cuando está equivocado es interesante”. Hoyle y Gamow se jugaron la reputación y la carrera en una guerra dialéctica que aún no ha terminado, ni creo que termine nunca, en la guerra de los creacionistas contra todos, contra la eternidad del universo de Hoyle, contra la evolución de Darwin y contra todo aquel que promulgue una teoría donde las atribuciones divinas puedan verse despejadas o aclaradas por la ciencia.
Gamow fue nombrado profesor en la Universidad George Washington. Trabajaba en un despacho diminuto, cuadrado y mal oxigenado donde se le ocurrió la feliz idea de que valía la pena estudiar el enigma del origen del hidrógeno, y sugirió que la mayor parte del mismo circulaba alrededor del sol antes de que éste se hubiese formado.
Tuvo por tanto que imaginar otro lugar donde se hubieran originado el hidrógeno y el helio.
Imaginó un lugar millones de veces más caliente que el sol, es decir, un lugar de billones de grados centígrados de temperatura, una temperatura en la cual la materia se encontrase como “desgarrada”, en un estado desconocido de energía, donde los núcleos del hidrógeno estuviesen moviéndose tan frenéticamente, y entrechocando tan violentamente como para crearse (como les gusta este verbo) helio a un ritmo prodigioso.
En aquel momento nadie se atrevía a decirle a este señor que en ese escenario hipotético el hidrógeno ya estaba “creado” en otra pare para protagonizar tanto choque, y que estaba introduciendo el enunciado en la propia definición.
Pero cuando todo un auditorio se encuentra enardecido por el desparpajo y la picaresca de un humorista y manipulador de masas innato, pobre del que levante el dedo para referir una observación semejante. Y si es el profe el chistosillo, te crucificaría en una broma.
Con tales premisas, ¿de dónde podría salir un evento de semejantes condiciones térmicas que no fuera el dedito de dios? Un flash y ya está la explicación todos nuestros males. He aquí el milagro especulativo del big bang.
Desde entonces los astrónomos han creído ver en la luz rojiza del universo más alejado a nosotros, en el límite de nuestras pupilas electrónicas, una expansión eterna del universo y un alejamiento continuo y paulatino de las galaxias entre sí.
Y aseguran de manera pomposa y rimbombante que el universo se está expandiendo constantemente y que, por tanto, tuvo de tener un origen. Nada de 3, ni 20, ni 30.500 orígenes, tan sólo uno y nada más, un origen único como único debe ser el dios, pues ellos lo conocen personalmente y por ello son sus intermediarios, un dios que otorgó patente de una empresa con ánimo de lucro y poder, y única.
Y como este ser ha de ser un ser perfecto no puede haber redundancias, ni nuevas versiones, ni retoques... Vamos, que con un único big bang tenemos para debatir hasta el siglo 56, y el universo no habrá cambiado ¡nada!. El universo no va a notar un planeta calvito ya, como marte.
Y le preguntaron por el espacio y el tiempo, el vacío, la combinación de la lotería primitiva y cualquier cosa, pues que a todo le daba respuesta esta especie de bálsamo para todo que es el big bang. Aún se están dando palmadas en la espalda por lo bien que nos funciona esta teoría.
El big bang, todo el universo en un punto infinitesimal (ahí sí que se sirven del concepto "infinito"), no es la causa cosmogónica por excelencia de la materia, el espacio y el tiempo. No es causa de nada. El universo no puede tener causas, pues de tenerla ¿qué sería el agente causante? ¿Y cual la causa de ese causante? ¿Y el causante de la causa de ese causante? ¿Que no ven un bucle sin salida?
Gamow se apalancó una bonita pizarra y se puso a garabatear ecuaciones para calcular la temperatura del punto en el cual se comprimiría todo el universo, y me imagino que calcularía ya de paso el número de bombillas que se podrían encender con su energía acumulada, por que lo de calcular potencias hay que reconocer que se le daba bien.
En 1945 esta teoría chirriaba tanto como ahora, pero de tanto escucharla por todas partes en bocas de tanto genio y de tanto erudito con pretensiones de aparentar cierto nivel de intelectualidad, tiene hoy más fans que el Barcelona FC y el Real Madrid juntos, o más bien, contándolos todos.
Y todo por una luz rojilla... ¿Quién dijo que el negro acaparaba todas las connotaciones peyorativas?
He de confesar que soy un empedernido de "The Big Bang Theory", ya me he visto dos veces las tres temporadas y el episodio piloto no emitido, y sigo disfrutando de este encantador grupo de actores y guionistas. En españa aún no se ha emitido la serie, pero si alguien quiere verse algún capítulo puede pinchar sobre la foto ¡Son un amor! (recomiendo que los descarguéis para no andar reiniciando el router cuando salte el límite de tiempo, pues cuando empiezas a verlos ya no puedes parar).
Los cálculos de Gamow arrojaban que todo el helio existente en una estrella como el sol no habría tenido tiempo de formarse a partir de hidrógeno previo en fusión (entre ambos el 98 por ciento de la materia observable del universo), por lo que se debería haber “creado” en los primeros instantes de la insensata explosión. Una de sus frases más célebres de este señor es la siguiente gansada: “nuestro universo se cocinó en menos tiempo de lo que se tarda en cocinar un plato de pato con patatas asadas”. Como diría Penny ¡Qué rico...!
En seguida se levantaron una oleada de misioneros enarbolando la bandera del creacionismo para ganarse el cielo. La guerra santa contra la ciencia conocía una nueva dimensión, la de la destrucción desde dentro, como originada por la radiactividad sobre los tejidos vivos, poco a poco pero implacable.
Fred Hoyle trató de hacerle frente con todo tipo de argumentos razonables y matemáticos, pero si en algo se caracteriza la fe es en que no hay peor ciego que el que no quiere ver, y reducir lo infinito a un punto, unidad de posición adimensional que equivale a la nada... y reducir la eternidad a un instante también infinitesimal, acaecido además hace tan sólo 14.000.000.000 años... es absurdo, se califican a sí mismos.
Gamow se defendía con un único argumento: que si Hoyle no tenía una respuesta para la creación del hidrógeno, no tenía derecho a inmiscuirse entre dios y su creación, le advirtió que sin ofrecer una alternativa demostrable, lo que quedaba demostrado era el Big Bang. Y como la prensa sensacionalista le hacía eco a todo comentario, por cocinillas que fuese, pues le iba muy bien económicamente y no estaría dispuesto a soltar la gallina de los huevos de oro por muy razonables argumentos que se le presentasen.
Gamow era un maestro del espectáculo y la humanidad estaba tremendamente impactada por las explosiones atómicas de 1945, y por tanto sumisamente interesada en cualquier noticia sobre física nuclear, con lo que las teorías de Gamow y cualquier comentario al respecto que se publicase tenía el éxito de ventas asegurado,. se podría decir que Gamow era sólo la cabeza visible de una enorme industria de la falacia, había nacido casi una nueva religión entre los pesebres de la ciencia.
Para los creacionistas esta discusión quedó zanjada definitivamente a partir de una pueril interpretación de un descubrimiento realizado gracias a un raro instrumento con forma de cuerno que, se había instalado en Nueva Jersey por los laboratorios del emporio tecnológico de Bell.
Era un radiotelescopio diseñado para escuchar el espacio, una oreja gigante dispuesta a escuchar las más sutiles melodías del universo embarcadas sobre ondas de radio. Su propósito inicial fue el análisis de telecomunicaciones vía satélite pero a mediados de los sesenta se convirtió en un as en la manga para decantar la discusión sobre el big bang del lado de sus defensores.
Dieron la noticia como si se tratara de un descubrimiento de incalculable relevancia, como la ansiada "prueba" del big bang.
Dos investigadores, Arno Penzias y Robert Wilson, se dedicaban a estudiar, con el gran radiotelescopio de Bell, el misterioso halo de hidrógeno que existe en torno a la Vía Láctea (como en torno a otras galaxias), pero no conseguían eliminar la nieve, el ruido de fondo que recogía la antena.
Lo intentaron todo, incluso limpiar concienzudamente lo que llamaron “material dieléctrico blanco”, es decir, caca de paloma. Y como no encontraron otra explicación para ese ruido, pues naturalmente debía de ser la prueba definitiva e irrefutable del big bang.
El material dieléctrico gris de estos señores vio la fama al alcance de la mano y excretó la máxima que debía zanjar toda discusión sobre el origen del hidrógeno, el helio y de todo el universo. Una enorme flatulencia del creador y el universo se hizo... Gamow quedaría como campeón del mundo de los pesos pesados de la física teórica, y ostenta todavía la corona ya que nadie ha visto todavía los lugares del cosmos donde el hidrógeno se materializa. Ni se pueden ver, pues son negros, muy negros, como el demonio.
Bien, si se oye ruido es porque el big bang debió existir. Creo que es la afirmación más esclarecedora que he escuchado en toda mi vida. Si llueve es porque las ranas tienen pelo.
Pero no contentos con eso, fueron tan generosos como para brindarnos detalles de tan feliz estallido como que “al poco de producirse, unos 300.000 años después, el universo se expandió y se enfrió lo suficiente como para que se crearan los elementos más ligeros y dejando un universo inundado de luz”. Supongo que esta parte de la creación fue obra de "lucifer".
Gamow había pronosticado que los rescoldos de la creación estarían presentes hoy en día en forma de una débil radiación de microondas, y el ruidillo de la trompetilla de Bell ¡lo había probado!. Ya quiero llorar.
Me quedé perplejo cuando me lo explicaron. Las mentes más exuberantes del planeta, capaces de encontrar infinidad de dimensiones a través de kilómetros de ecuaciones y pizarras desgastadas, aplauden hoy que la detección de esta radiación de fondo cósmica que realizaron Penzias y Wilson. Demostraba que la teoría del Big Bang de Gamow era la correcta y que él tenía razón en su teoría de cómo el hidrógeno y el helio se formaron en el universo primigenio.
¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Yo también tengo respuestas: somos esclavos de las tendencias y las modas más abstrusas. Venimos de unos oscuros tiempos donde la razón se ha relegado siempre a los más oscuros caprichos de la fe, y aplastada por fenómenos de masas regulares y bien planificados. Y vamos a estrellarnos permanentemente y sin que nadie lo remedie con una escolástica obsoleta y permanentemente hipotecada a las instituciones convencionales del poder, con lo que raramente se puede obtener una titulación académica siendo completamente sincero y fiel a los principios generales de la ilustración.
Para los creacionistas que han abierto alguna ventana de la ciencia lo suficientemente grande como para ostentar algún tipo de reconocimiento académico o puesto en la función pública, los avances de la física en el último siglo han sido un “milagro” cosmogónico. Ya se puede reescribir el génesis resumiendo los siete días de la creación en un instante infinitesimal, y explicar la existencia del hidrógeno y el helio como un efecto de los diez primeros minutos del universo.
Metidos en harina ya que no quede.
En los siguientes 300.000 años la expansión de estos gases produce una emisión de luz cuyos restos fueron detectados por Penzias y Wilson con un tanto disimulo, como de casualidad. Y en el tiempo posterior hasta hoy, 14.000.000.000 de años después, estos gases se amontonaron y aplastaron hasta fusionarse para dar lugar al resto de los elementos.
Esta teoría ha hecho dogma entre los científicos. Mezcla verdades absolutas con absolutas tomaduras de pelo, como casi cualquier otra religión, y es propensa a engrandecerse de loor y vanidad hasta el punto de desechar todo lo demás, como cualquier religión.
Mas este bárbaro que no entiende el lenguaje de Roma clavará su hacha en el robusto pilar fundamental de la Negación, que se nutre desde siempre sombrío e inflexible, del suelo de la ignorancia y la miseria, y del cual surgió tras la 2ªGM un nuevo brote de intolerancia en forma de física teórica disfrazada de inofensiva hipótesis que pretende explicar la presencia del hidrógeno en el universo.
La teoría del big bang se considera hoy un hecho probado, pero estoy aquí plantado con mi onda bien cargada, más de razones que de ecuaciones matemáticas y de piedras, contra este Goliat de la física que se nos ha plantado delante para obstaculizarnos la visibilidad y el progreso de la humanidad.
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