En el artículo que hace tiempo hice sobre la belleza y los estereotipos, no llegué a tocar todo lo que quisiera el tema de los tópicos y otros fenómenos similares.
Y es que por suerte o por desgracia (la mayoría de las veces por desgracia), el ser humano tiende a simplificar lo complejo. Quizás en un vano intento por comprender mejor la realidad que le rodea: los comportamientos, las conductas, los hechos, etc. El problema viene cuando olvidamos que esas generalizaciones son sólo un instrumento y no leyes inamovibles.
Como resultado, es frecuente que caigamos en las trampas de quedarnos con las primeras impresiones, reducir a los otros a una mínima parte de lo que son (su físico por ejemplo), juzgar a la ligera, pasar de porcentajes a normas generales, cuando no se toman acciones individuales como arma arrojadiza para atacar a una colectividad. De esto último podemos hacer mil ejemplos: que si todos los inmigrantes son unos delincuentes, que si los antitaurinos somos todos antipatriotas, que si todos los parados son unos vagos, que si los pitbull son una raza muy peligrosa, que si la mujer nunca debió salir de la cocina; los andaluces vagos, los catalanes tacaños, los nórdicos poco afectivos, la gente del norte fuerte, etc ¿les suenan, verdad?.
Cometemos un error cuando clasificamos a los desconocidos en base a estos pseudoargumentos y aún peor, cometemos un error mucho mayor cuando nos autoestereotipamos, cuando queremos coincidir con un prototipo determinado, cuando seguimos patrones de conducta porque están muy de moda, o bien “porque todo el mundo lo hace”… nada nos garantiza que la masa no pueda estar equivocada.
Todos ven lo que aparentas pero pocos ven lo que eres.
El antropólogo James Fernández trata este tema en su último libro y confiesa que odia los tópicos y por contra, aplaude la suma de variedades con las que se conforma un pueblo. Ante la pregunta ¿cuál es la razón para que se produzca una simplificación de la realidad? en una entrevista no tan reciente responde: “el mundo tiende a ordenarse mediante simplificaciones”.
Otro aspecto interesante de la entrevista nos recuerda que este tipo de simplificaciones cuenta con un “subtipo” y es, que algunas se han conformado en leyendas blancas, como una suerte de discriminación positiva para suplir la mala imagen de leyendas negras (infundadas) como la de los judíos por parte de la Alemania nazi o mismamente la leyenda de Covadonga; creada en respuesta al abandono de la Corte hacia tierras leonesas.
Así, concluye que prefiere no hablar de identidad y centrarse en los caracteres porque en el fondo la experiencia local siempre pervivirá por encima de la globalización y habrá la necesidad de relacionar el habla con los localismos.
Quisiera acabar este artículo con un fragmento de uno de Ignacio Escolar:
<<Los andaluces son incultos y vagos. Los catalanes son victimistas y avaros. Los madrileños, chulitos; los vascos, muy cerrados; los gallegos nunca se sabe si suben o bajan. Los hombres son todos machistas; las mujeres, todas unas guarras. Los políticos son siempre unos chupópteros o unos bocazas o unos corruptos o las tres cosas a la vez; y como generalizar es gratis – y algunas veces, rentable–, hay que recordar también que todos los gitanos son unos ladrones, que los ingleses están hechos unos hooligans; y los franceses, con su vino y su fromage, son afeminados y pretenciosos.
¡Qué sencilla es la vida cuando cada persona encaja en un cliché y basta con saber el género, la procedencia o la profesión para conocer perfectamente a todo el mundo sin salir de los prejuicios, sin salir nunca de casa!.
Y lo peor es eso de “lo que piensa la mayoría”, de lo que se deduce que todos los españoles somos toreros, quijotes, cantamos flamenco y olemos a ajo porque no vamos a decepcionar a toda Europa.>>
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