miércoles, 20 de octubre de 2010

DEMOLIENDO LA TEORÍA DEL BIG BANG (Parte 3 de 5)

LA RESACA NUCLEAR

La bomba cambio el paradigma de la guerra y de las relaciones internacionales, salvo en España , claro está, y otros países latinoamericanos, donde seguía plenamente vigente el de los reyes católicos.

Robert Oppenheimer resumió su sombrío estado de ánimo con estas palabras: “Los físicos han conocido el pecado y éste es un conocimiento que no pueden perder”.

Este supuesto conocimiento pecaminoso sería algo de suma trascendencia para el estancamiento científico (han oído bien, dije "estancamiento"), algo que para aquellos agoreros que hablaban siempre de auto-destrucción instantánea de esto y de lo otro, y de lo de más allá, calificaron al paradigma nuclear de "la gran revelación" de la historia completa de los 14 mil millones de años que dicen que tiene todo el universo, es decir, la teoría del big bang.

Es decir, si el radio de Marie Curie era el perfecto exfoliante natural, ahora todo el universo viene de un petardo como el de Hiroshima, pero a lo bestia. Lo más curioso es que el universo tenga esa edad, ni un mil millón más, ni un mil millón menos, justo 14 ¿no mola?



QUE LA TEORÍA VIVA UN POCO MÁS, VEAMOS ALGUNOS DATOS

Entre 1939 y 1945 se invirtieron en USA más de dos mil millones de dólares (de entonces), es decir, hubieran pagado el sistema de seguridad social que tanto miedo les da, para 20 años. Y entre las averiguaciones más destacadas que se obtuvieron con ese dinero, además de la de que se podía volar el planeta en un periquete, fueron la demostración, según aquellos, de la futurista teoría del big bang. Fíjense qué pedazo de burrada, dije bien, "la demostración del big bang costo 2.000.000.000 dólares de los años 40", pero lo único que demostraron fue su poder de destrucción y su falta total de escrúpulos por el ser humano y el planeta. Y es que eso de las explosiones cómo les tira a los gringos republicanos.

Los científicos midieron la estabilidad de los núcleos atómicos de todos los elementos de la tabla, es decir, la facilidad o dificultar de cada tipo de núcleo para romperse o para fusionarse, o dicho de otro modo para que se entienda mejor, midieron la diferencia de potencial o vectorial entre la fuerza nuclear fuerte que tiende a unir las partículas de cada tipo de núcleo, y la fuerza electromagnética que sus partículas nucleares experimentan por tener la misma carga. la cual siempre en menor, pues de lo contrarió los núcleos ya se habría separado.

Por si no nos hemos aclarado todavía se didicaron a estudiar qué tipo de átomos pegaban mayor hostia, pero nos dejaron otras informaciones que también sirven para la ciencia constructiva, y también para estimular ciertas filosofías cosmogónicas menos grandilocuentes pero más profundas y trascendentales. Si la diferencia entre atracción-repulsión nuclear es muy grande tenemos núcleos muy estables, y si es pequeña tendremos núcleos propensos a romperse. entre estos últimos los llamados radioactivos son los que se rompen más o menos espontáneamente.

Así, se llenaron miles de gráficas y se observó que el elemento más estable de todos es curiosamente el hierro. Sus 26 protones y sus 30 protones (peso atómico 56) encajan de tal manera que conforman la estructura más compacta de toda la materia conocida en el universo. Además es el elemento que presenta mayor efecto al magnetismo.

Ahora sabemos porqué unos elementos son más fáciles de fusionar y otros son más fáciles de romper, y es que todos quieren ser como el hierro. Y me explico:

Los átomos ligeros tienden a unirse para alcanzar un peso atómico aproximado al del hierro, es decir, que en las condiciones adecuadas de presión y temperatura, tienden a fusionarse.

Por el contrario, los átomos más pesados que el hierro, en sus respectivas condiciones de presión y temperatura, tienden a romper sus núcleos en pedazos que resulten próximos al tamaño de los núcleos del hierro.

Y esto ha de ocurrir en sistemas de presión y temperatura similares al interior del planeta, es decir, cósmicamente muy livianos.

En sistemas más densos, como el interior del sol han de formarse núcleos mayores, y la tendencia, en el centro de una estrella como el sol, a de ser, en mi humilde opinión de físico aficionado, la de parecerse a los núcleos del cobalto(27), el níquel(28), el cobre(29) o zinc(30), aunque esto, repito, según mi criterio.

La opinión más popular de la composición del sol es la que aparece en el gráfico de la derecha.

De una u otra forma en lo que casi todos parecen estar de acuerdo es en que el peso atómico de los materiales en los astros es creciente en función de la profundidad.

Así también irían variando los elementos que se encuentran en la parte más interna de los astros, en función del tamaño de éstos, llegando a formarse los átomos más pesados de la tabla periódica en las grandes estrellas gigantes rojas, las cuales son bastante más frecuentes en el universo de lo que se estimaba en un principio, sobre todo en las regiones interiores de las galaxias.

Los elementos más pesados de todos los conocidos junto con todos los demás, son liberados después y puestos en circulación por todo el universo cuando estas estrellas alcanzan la condición de supernovas, inmensas explosiones que duran millones de años y que son los auténticos big bangs que existen en el universo, y que también se sabe ya que se producen en infinidad de puntos del universo.

Por lo que lo del Big Bang único y el creador único, están más que descoloridos a la luz de la razón, están pasados de moda.

Que S. Hawking se mantenga aferrado, o más bien aterido, con perdón, a la vieja teoría, ha de ser, supongo yo, para no perder su estatus de máxima eminencia de la astrofísica.

En todo lo demás OK Mr. Stephen.

Esa sería la parte acertada de la teoría del big bang, es decir, múltiples explosiones estelares que se han dado siempre y siempre se darán, pero no una única explosión super-mega-giga-tera-peda-chachi de la que todo emana.

Eso es retroceder a un dios único y central ajeno al animismo libre y el ordenado caos del universo, un dios patriarcal, redundante, pedante y asexuado, o más bien onanista. Comprendemos la fisión y la fusión ¿y con eso ya se pretende poner edad al universo... ? cosmogonía chapuzas.

Pero repasemos algún dato más antes de pasar a la espada. Ya nos vamos acercando a lo que suponen estos “enanos blancos” que deben ser las tan traídas pruebas del big bang.

Nota: Lo de enanos blancos no va por nada que tenga que ver con el color de la piel, ni la estatura, de hecho yo soy bastante pálido y bajito, sino porque, si se me permite el símil, son tan densos y tan antiguos algunos académicos, que emiten una débil luz blanquecina, casi imperceptible, como la de los encantadores astros que reciben ese nombre.

A la izquierda podemos ver la gráfica resultante de la estabilidad nuclear de todos los tipos de átomos naturales, y trazamos una diagonal desde el punto que denota el elemento más ligero en el punto de su estabilidad nuclear, hasta el otro extremo de la gráfica donde se encuentra el elemento más pesado y su nivel de estabilidad, observamos un tipo de distribución que se conoce en probabilidad como “distribución normal”, cuya forma gráfica es una especie de campana denominada "campana de Gauss". En todas las distribuciones normales encontramos en su parte central el valor medio, y en nuestro gráfico este valor corresponde al del hierro. Además se puede ver que en valor absoluto (en altura) es el elemento de mayor estabilidad.

En el primer extremo vemos unos niveles de estabilidad muy bajos correspondiéndose a los átomos de hidrógeno, litio... y de helio. A estos elementos les gustaría agruparse para constituir otros elementos que se pareciesen más al hierro, digamos que les gusta fusionarse, y a poco tamaño que tenga un astro se encienden y comienzan a lucir y a emitir calor como muestra de alegría por su fusión.

Al otro lado de la gráfica encontramos otros elementos tremendamente inestables, como el uranio, el polonio, el radio... Son los elementos cuyos átomos son los más pesados y a los que les cuesta ser tan grandes, tienden a fisurarse y a romperse en función de su concentración, también para parecerse más al hierro.

A esas fisuras espontáneas se debe que emitan lo que se conoce como radioactividad natural. A una presión tan baja como la que tenemos en la superficie de la tierra estos elementos pesados se desintegran por si mismos, pues provienen del interior de las estrellas más pesadas, aquellas que ocupan el centro de las galaxias y que ni siquiera se pueden ver, pues incluso la luz queda atrapada por las inimaginables gravedades que allí de dan. Son los llamados agujeros negros o pequeños big crunchs que se hallan repartidos por la infinidad del universo.

Al menos del big crunch no se atreven a decir que es un hecho probado, aunque hablan alegremente como esos niños de tres años que les preguntan en la tele cosas más o menos complicadas para un niño, y que responden lo primero que les viene a la cabeza aunque no tengan ni pajolera idea. Eso de reconocer la propia ignorancia y responder “no lo sé” a algo, no va con la constitución ni el arquetipo de la mente humana. De hecho, por eso yo hago voto de silencio y resulto tan simpático a tanta gente (vuelvo a ser irónico).

Hay otro gráfico muy interesante. En base al tipo de luz que nos llega del universo se ha realizado una estimación de la composición del universo y se ha representado un gráfico que muestra la abundancia relativa de cada tipo de átomo en el universo. Evidentemente, con la tecnología tan asombrosa que poseemos, que centuplica anualmente el presupuesto empleado en investigación durante la segunda guerra mundial, lo que hemos conseguimos es una curva como dibujada en el suelo por un beodo con los ojos vendados y su mano siniestra, pero nos sirve. Y mucho.

Podríamos suavizar la curva, trazar la misma diagonal de extremo a extremo, y comparala con la gráfica anterior. Observaremos entonces que, asombrosamente, ambas gráficas coinciden, lo cual significa para mí (aunque tardaría en explicarlo), una prueba inequívoca de que el universo no tiene edad.

Para que os hagáis una idea, si la campana de Gauss de la segunda gráfica estuviera inclinada hacia los elementos ligeros y abundantes, indicaría que tenemos un universo joven, y si lo estuviera hacia los elementos más pesados y raros, tendríamos un universo senil y envejecido.

Sin embargo, coinciden ¿Qué tenemos? ¿Un universo madurito? ¿En edad reproductiva, tal vez? ¿Nos están vacilando los intérpretes de la luz de las estrellas? Tenemos un universo estacionario amigos, un universo eterno. Al menos es lo que dicen las gráficas.

¿No querían un ser eterno? ¿omnipresente? ¿inmutable? Pues llámenle Universo y se acabaron las gaitas, dejen de buscar creadores y de seguir crucificando por motivo de la creación, os presento a Dios: el Universo, amigo/a lector/a navegante, el Universo. Ya pueden reconciliarse.

Juventud y vejez son conceptos aplicables a lo finito, a lo temporal, y el universo no lo es. El espacio es un misterio que está presente en todo lo que consideramos material e inmaterial, incluso en lo más diminuto.

Si la MATERIA es el contenido del universo, el espacio es el contenedor, el espacio netamente vacío. Y sin embargo, no es posible aislar una porción de vacío, ni encontrar un objeto tan denso que en su interior no lo contenga.

El TIEMPO es algo más abstracto aún que las propias dimensiones de la materia. El tiempo sólo reside en el observador y es proporcional al tamaño de éste.

Para un observador que habitase la superficie soleada de un electrón en un átomo de oxígeno pasarían muchos millones de años durante un segundo nuestro, y podría ver su luna como un fotón atrapado por las condiciones de su órbita.

Con respecto al macrocosmos ocurre lo mismo, pasarían muchos millones de nuestros años para poder apreciar a escala nuestra una leve traslación de una galaxia, la cual sólo es una gota de agua en el océano infinito del cosmos.

No se puede llegar a la estrella más próxima y se pretende describir las fronteras del universo ¡Qué desfachatez!

Como veremos más adelante, la interpretación de las ondas que nos llegan del universo es, algo desgraciado por tratarse de los cálculos de las mentes más privilegiadas de nuestra generación, que han destilado una interpretación diferente a la que sugiere la lógica más elemental, una interpretación que a mi juicio está pasada moda, una interpretación que apunta al Big Bang como causa primordial del universo cuando ni las moscas necesitan una causa primordial.

Y se pretende que la débil luz infrarroja procedente de los confines de lo observable, sea prueba definitiva e irrefutable de que el universo sólo existe desde desde hace 14.000.000.000 de años, el parpadeo de una galaxia.

Los primeros científicos que descubrieron la maravillosa coincidencia de las gráficas de la estabilidad y de la abundancia elemental, quedaron atónitos. Una gráfica basada en el diminuto núcleo atómico y otra en la inmensidad del universo, tienen el mismo punto central, la misma clave de bóveda, en el hierro. Es fascinante, claro está, pero cada cual arrimaría el ascua a su sardina.

Una clave cósmica que en vez de servir para desbloquear los grandes misterios del universo, se ha utilizado para poner cotas a lo inconmensurable, para darle un formato finito a lo que no cabe en ninguna parte, pues aunque nuestra mente no pueda entenderlo, toda parte cabe en el todo pero nunca a la inversa, y aunque las galaxias se expandieran estarían ocupando a cada instante un espacio que ya existía previamente, entonces ¿qué pasa? ¿el espacio no forma parte del universo? ¿y desde cuándo existe el espacio?

El universo lo es todo y lo que de él observamos es sólo una ínfima parte. La mayor parte de la materia que hay en el universo no se ve, es MATERIA OSCURA. Esta premisa también la han obviado los acreedores de la teoría del big bang.

¿Hay alguna conducta más aberrante que la de negar la existencia de algo por que no sea observable? Los creacionistas, y los creyentes en general, casi por definición, apilan interminables colas de afirmaciones cuya única validez es la propia afirmación de sí misma, porque así se hizo siempre, porque así se dijo, porque así está escrito, es todo su razonamiento, y las complicadas ecuaciones de los físicos que determinan que el universo se expande se han convertido en un dogma que se afirma por inercia, sin conocer sus bases ni sus consecuencias filosóficas. Si lo dice Hawking...

Sin embargo, estos mismos creyentes de lo inobservable, paradójicamente y en un gran alarde de pragmatismo y de aparente rigurosidad científica, a la hora de defender su fe en el Big Bang afirman que más allá del universo observable no hay nada, o que si lo hay, ha de alejarse a una velocidad superior a la velocidad de la luz por lo que sería imposible observarlo.

Voy a intentar explicar la manera en que, a mi modo de entender, se debería interpretar esa débil luz que nos llega de los confines de lo observable, que no lo es todo, pues yo tengo gripe y no he visto nunca un virus. Pero eso será más adelante, cuando hayamos repasado las bases de la física que nos llevan a pensar en el error del Big Bang.

De momento nos quedaremos con el dato de que la abundancia de los diversos elementos en el universo es directamente proporcional a la estabilidad de sus núcleos, y que en ambos muestreos el hierro alcanza el punto álgido.


DESCIFRANDO LA LEY ESTABILIDAD-ABUNDANCIA: FRED HOYLE

Los egipcios, los sumerios, los fenicios, los olmecas, los mayas. los dogones y los yopis (al menos) conocían datos astronómicos que hoy estamos logrando verificar gracias a los avances de la tecnología, como por ejemplo, los ciclos de precesión de los equinoccios o eónes, que comprenden de unos 26.000 años y que en sus puntos de máxima elongación nos hacen pasar por glaciaciones.

Cómo conocieron estos datos sigue siendo un misterio, un misterio apasionante, pero nos dejaron un mensaje que especifica precisamente el paralelismo de las gráficas antes mencionadas de la estabilidad nuclear y de la abundancia en el universo: “lo que es arriba es abajo”.

Nadie se hubiera imaginado que mirando arriba por un telescopio y hacia abajo por un microscopio, llegáramos algún día a observar lo mismo, de no ser por un matemático avezado y perfeccionista, rebelde de la astrofísica e inconformista natural, y natural de un pueblito de Yorkshire, Inglaterra desde el que se debían ver muy claramente las estrellas en las noches de verano, Bingley.

Fred Hoyle era de los que nunca callaba sus opiniones por polémicas que fueran, algo que le granjeó numerosas enemistades sobre todo con sus colegas científicos, entre los cuales se le fue marginando toda su vida hasta que ya casi anciano fuera premiado con numerosos y prestigiosos galardones científicos, y nombrado Caballero del Imperio Británico por su contribución a la ciencia en forma de dos revolucionarias teorías: la teoría del “Universo Estacionario” y la teoría de la “Panespermia.

Sir Fred Hoyle exploró más que nadie la extraña superposición entre la gráfica del átomo y la gráfica del cosmos. Y en seguida se dio cuenta de que el universo es eternamente mutable, está en constante evolución, fluye en un intercambio perpetuo entre el orden y el desorden. Los átomos se encuentran ganando y perdiendo protones en un intento de parecerse al hierro, tanto en la superficie como dentro de las estrellas que nacen, crecen, y que mueren en enormes estallidos y enormes colapsos.

Hoyle sabía de la fusión nuclear y le interesaron los detalles, en concreto los de la creación de los átomos más pesados, y concluyó que sería necesario para este tipo de fusiones, presiones y temperaturas inimaginablemente altas, sólo posibles en las estrellas.

La empresa no fue fácil, y lo peor de todo debió ser explicarlo en medio del enrarecido ambiente de la cosmogonía cristiana dominante en la posguerra mundial europea de su juventud. Al menos, aunque tarde, fue reconocido debidamente y recompensado por las instituciones británicas.

En comparación con España, donde los científicos que habían sobrevivido a la guerra civil y a la posguerra se hallaban exiliados por todo el mundo, todo un ejemplo con el que quitarme el sombrero por la manera en que la UK conmemora a sus súbditos, aunque sean un tanto herejes.

En los 40 Hoyle demostraba mediante inducción matemática y retórica que el sol era lo suficientemente grande como para albergar condiciones de presión y temperatura adecuadas para la fusión del hidrógeno(1) en helio(2) y en otros elementos más pesados como el boro(5), el carbono(6), el nitrógeno(7), el oxígeno(8)... Sus cálculos llegaron a demostrar que en el interior de otras estrellas mucho mayores, y por tanto, mucho más densas y calientes, se podían crear por fusión elementos más pesados como el hierro(26), el cobre(29)... quizás la plata(49)...

A este tipo de estrellas las denominó gigantes rojas por el color especial que emitían, y se localizaron cientos de ellas por todo el universo. Se trata de estrellas que han alcanzado el final de su vida multi-mil-millonaria y que se acercan a los máximos valores de presión y temperatura que la materia puede soportar sin colapsarse. Sin embargo, los complicados cálculos matemáticos no alcanzaban a explicar los átomos más pesados de todos que hay en la naturaleza como el oro(79), o los radioactivos polonio(84) y uranio(92).

Para generar los elementos más pesado de la tabla periódica se sobrepasaban los valores límite de desmoronamiento de la materia, los umbrales de colapso, y se buscó en el universo algún punto donde se pudieran dar las condiciones de presión y temperatura capaces de tal evento.

Hoyle lo encontró gracias al telescopio del observatorio Monte Wilson de Los Ángeles, California, USA, que en el momento de su construcción en 1917 era el mayor de todos los existentes. Hoyle conoció la fusión de los átomos más pesados del universo, y fusionó sus ideas con las ideas de Walter Baade acerca de las llamadas supernovas.

Cuando una estrella supera las dimensiones (tamaño) críticas de estabilidad de la materia se dan una de dos alternativas, la explosión en forma de supernova o el colapso en forma de agujero negro. Desconocemos los motivos por los que prevalece uno u otro en cada caso, tan sólo sabemos que se produce el estallido de la estrella o su implosión sobre sí misma.

La primera alternativa es la que pone en circulación el material de la estrella en todas las direcciones del universo, un material de alto peso atómico del que posteriormente se adhiere o forma cometas, planetas y otras estrellas, en infinitas variedades y combinaciones de tamaños.

Se puede afirmar que somos física y literalmente “excrementos” de alguna supernova.

Como cabría esperar, estas detonaciones son de una increíble intensidad, son los auténticos y únicos Big Bang que se dan en el universo. Se están produciendo en este mismo momento y se han producido siempre. Lo demás es teología.

La segunda alternativa, la de los agujeros negros, es uno de los fenómenos astronómicos más enigmáticos y espectaculares que se dan en el universo, y eso que no podemos verlos. Intuimos que han de producirse en la parte central de las galaxias con forma de espiral como la nuestra, la Vía Láctea, por lo que tenemos uno ahí al lado, a tiro de piedra, tan sólo 8 kiloparsecs, unidad de medida astronómica que se ha puesto de moda últimamente (unos 25.000 años luz).

Entre Baade, Hoyle y William Fowler estimaron a las supernovas o explosiones estelares como los puntos más calientes del universo donde sería posible matemáticamente que se hayan formado los núcleos más pesados que existen en la naturaleza.

Este descubrimiento fue un gran salto para la humanidad, mucho mayor que el que dio Neils Amstrong al pisar la luna. Sin embargo, las ecuaciones de Hoyle no permitieron describir el origen del elemento más abundante que existe en el universo, el hidrógeno. Y los demagogos de siempre no dejaron pasar la oportunidad de colocar al demiurgo detrás de esta incógnita.

Pocos años después de los experimentos de Hiroshima y Nagasaki los científicos estimaron que la cuarte parte del sol era helio, y creyeron que para ello sería necesaria una temperatura solar de miles de millones de grados, sin embargo hoy se estima que tan sólo posee 15 millones de grados, y para colmo se estima que el calor que se desprende de la combustión celular de un ser humano es mayor que el de la fusión que se produce en un volumen equivalente de masa solar coronaria, es decir, que yo genero más calor que un pedazo de sol de mi tamaño. Y mi mujer ni se inmuta.

Por lo tanto, el sol no ha podido producir todo ese helio que contiene, ha tenido que llegar de alguna parte. Y peor aún, aunque lo hubiese creado el sol a partir de hidrógeno ¿de dónde salió éste?

Si todos los átomos del universo se habían formado a partir de hidrógeno, ya ni se preguntaban de dónde salió éste, directa y abiertamente preguntaban ¿quién lo creo?

En la década de los cuarenta y los cincuenta se regocijaban enormemente los creacionistas, la ciencia se acercaba cada vez más a dios. Esperaban de un momento a otro que se produjese la gran "revelación" en forma de noticia: “la existencia de dios demostrada”.

El nuevo patíbulo de la razón se llamaba teoría del big bang y la cordura científica pareció estrellarse contra la luz rojiza de los confines del universo observable, pronto conoceremos al elemento que urdió semejante jaque mate-matemático al empirismo, un elemento que no es de la tabla periódica y que fue el héroe de la guerra científica que se desencadenó con la posguerra mundial.

Podría decirse que la segunda guerra mundial continuó en los laboratorios de física nuclear de todo el mundo y que aún continua.

Fue encarnizada e insidiosa como todo lo que toca la fe, y el elemento que tejió la trampa, el barón rojo del creacionismo, el Torquemada de un millón de tesis que ya nunca llegaremos a conocer, se llamaba George Gamow.

El elemento en cuestión comenzaba sus discursos de feria aparentando neutralidad con la siguiente pregunta:

¿se creó el universo en un sólo instante o ha existido desde siempre?


sábado, 16 de octubre de 2010

DEMOLIENDO LA TEORÍA DEL BIG BANG (Parte 2 de 5)

MÁS HISTORIA, PESANDO ÁTOMOS: FRANCIS ASTON

Francis Aston era un alumno aventajado de Rutherford muy entusiasta y aficionado en 1909 a los deportes de montaña, particularmente los de riesgo. La aventura, el esquí, el motociclismo y el surf en Hawai llenaban todas sus ansias de libertad y pensamiento, sin embargo, en cuanto conoció a su maestro en física, la llamada del laboratorio resulto mucho más fuerte que la de las olas y el humo de neumáticos quemados.

No se le escapó que el estudio de los núcleos atómicos, y en particular de la radiactividad, podía ser un deporte de riesgo y aventura mucho mayor que ningún otro, y pronto se enfrascó en los laboratorios de Cambridge hasta que inventó el primer espectrógrafo de masas atómicas, fue el primero en pesar los átomos individualmente. Este aparato aún se conserva en el laboratorio de Cavendish.

Se ponía una sustancia en un tubo de vidrio y sus átomos, salían disparados atravesando cargas eléctricas. Estos átomos eran cargados al atravesar un campo magnético y luego se desviaban de diferentes maneras en función de su masa, para estrellarse contra una lámina fotográfica donde se formaban unas líneas que determinaban diferentes pesos atómicos, es decir, cada tipo de átomo dejaba su huella identificativa en la fotografía. Cada línea suponía un peso atómico y Aston podía interpretar la composición de la sustancia con gran precisión. Esto ocurría después de la primera guerra mundial.

Sin embargo, el problema fundamental del modelo atómico de Rutherford seguía en pie y aún más desafiante debido a las masas atómicas. A excepción del hidrógeno todos los demás elementos pesaban ostensiblemente más que lo que se les suponía en función de la unidad estándar de masa atómica, que es la del hidrógeno. Pesaban justo el doble. Por ejemplo el helio, que debería pesar como dos hidrógenos, pesaba como cuatro. El litio, que debería pesar como tres hidrógenos pesaba seis. Y así todos los demás.

Debía haber algo más en los núcleos compuestos que explicara no sólo la diferencia entre los pesos teóricos y los experimentales, sino también la evidente no repulsión de las partículas de la misma carga.

Esta vez la respuesta no vino por vía iluminativa, sino más bien purgativa. Rutherford tardó doce años en encontrar la solución a este dilema. Como jefe del prestigioso Laboratorio de Física de Cavendish en Cambridge utilizó todos sus recursos, estrategias y presiones sobre sus alumnos y colaboradores para que exprimieran sus neuronas hasta dar con una explicación coherente y convincente.


DESCUBRIENDO EL NEUTRÓN: JAMES CHADWICK

Así, James Chadwick un muchacho del norte del UK de origen humilde revolucionó la física nuclear descubriendo el ingrediente que faltaba. Construyó en 1932 el primer acelerador de partículas, un aparato increíblemente sencillo y compacto, literalmente de bolsillo.

Colocó una fuente radiactiva en un extremo del tubo de plomo, en el medio colocó un material con la intención de que fuera golpeado por las partículas radiactivas, y en el otro extremo aparecían los núcleos de esa sustancia hechos añicos, es decir, otra sustancia diferente, y entre los restos, aquellas partículas que andaban buscando.

Estas partículas tenían un peso idéntico a los protones pero no se habían podido detectar porque eran insensibles a los campos magnéticos, es decir, no tenían carga, eran técnicamente neutros, por lo que les denominaron “neutrones”.

El problema de los pesos atómicos quedó resuelto de inmediato. El helio, con sus dos protones, pesaba como cuatro hidrógenos debido a los dos neutrones que, completaban su núcleo. Además, los neutrones serían responsables de la estabilidad de todos los núcleos atómicos ya que actuaban, por así decirlo, como una capa de velcro envolviendo a dos imanes, los cuales aunque se los aproximara por los polos, del mismo signo, en cuanto entraran en contacto, vencerían la repulsión magnética y permanecerían unidos siendo mayor la fuerza de atracción, llamada "nuclear fuerte", que la fuerza de repulsión electromagnética.

De esa manera los ocho protones del oxígeno permanecían estables debido a las uniones que les procuraban sus respectivos ocho neutrones, resultando un peso total de 16 hidrógenos, tal y como se observaba experimentalmente. La humanidad quedaba alegremente atónita y los cuervos tocaban la pandereta ideando la forma de encajar el descubrimiento en su cosmogonía judeo-cristiana.

Los científicos anunciaban en 1932 la composición de cualquier átomo del universo como un juego de tres tipos de partículas elementales: el electrón, el protón y el neutrón. Algunos mecenas de la física ya acariciaban la idea de un arma disuasoria mediante la técnica de la destrucción masiva.

¿Recuerdan la canción del mundial de fútbol de Alemania en el que aparecía la selección española con el entrenador "malas pulgas" cantando aquello de “a por ellos oeee...”? Pues en la navidad de 1932 los físicos del Instituto Niels Bohr en Copenhague hicieron un musical igual de patético, para celebrar el descubrimiento de la “santísima trinidad nuclear”. De veras, no es vacile.

Los inmovilistas arrimados a la ciencia, llevaban 20 años atormentando a Rutherford con que bajo sus reglas de la física los núcleos atómicos debían auto-destruirse al instante, sin embargo ahora comenzaban a callarse al tiempo que saboreaban un poco más las posibles y tenebrosas aplicaciones del nuevo modelo propuesto. Se abría un campo nuevo de investigación: la física nuclear ¿es una fuente inagotable de energía o el principio del fin?


NUEVA MANIFESTACIÓN DIVINA: LA FUERZA NUCLEAR FUERTE

Hasta el momento se conocían en la naturaleza dos únicas fuerzas universales: la gravedad y el electromagnetismo. Pero ahora había aparecido una tercera fuerza, totalmente nueva, la cual mantiene fuertemente unidos los núcleos atómicos, el velcro de la naturaleza íntima de las cosas, la fuerza nuclear fuerte.

Se cree que es la fuerza más poderosa del universo, más de un billón de billones de billones de veces más fuerte que la gravedad.

Aquellos que habían contado los átomos que hay en el universo afirman que "si un hombre fuera atraído por la fuerza nuclear fuerte en vez de por la gravedad pesaría más que toda la galaxia".

Una galaxia pesa un uno con muchos ceros según éstos, cualquiera les lleva la contraria... tendríamos que demostrarlo. Y nos terminan diciendo que estamos a salvo porque esta fuerza sólo actúa a una distancia de una milbillonésima parte de un milímetro. Que se lo digan a los hiroshimenses.

Nota: obsérvese que actualmente el único fundamente razonable que se esgrime para afirmar tanto la existencia de dios como la teoría del big bang es "demuestren lo contrario", no obstante hemos avanzado algo, hace bien poco se razonaba por la hoguera.

Dejando a un lado a los que tienen respuestas para todo, lo que nos interesa es que la humanidad, o una pequeña parte de ella, advirtió en los años 30 que la estabilidad nuclear se debe al equilibrio entre la fuerza nuclear fuerte que mantiene juntos a los protones y neutrones, y la carga eléctrica de los protones que tiende a separarlos.


¿PORQUÉ BRILLA EL SOL?

Esta pregunta es interesante. Fíjense si lo es, que ya se la hacían los primeros primates, y también las amebas, con decir que todas las religiones del mundo tuvieron un fundamento solar...

La luz solar es la fuente de todas las formas de vida de la Tierra, pero ¿cómo se genera?

Casi toda esta estrella es hidrógeno. Bueno, hidrógeno, helio y algo intermedio entre ambos elementos. Ese algo está liberando energía en forma de luz y calor en su transmutación o fusión nuclear.

Los libros de texto nos cuentan a muy tierna edad que dos átomos de hidrógeno se fusionan en el corazón de las estrellas como el sol, para formar un átomo de helio, y que en el proceso se liberan ingentes cantidades de energía, la luz y el calor que llegan hasta nosotros. Pero, y supongo que será una pregunta de primero ¿de dónde salen los protones que faltan en esta sublime ecuación?

Mi propuesta de respuesta a esta pregunta es, que la ecuación es 4H = 1He + E (cuatro hidrógenos igual a un helio más energía). Al fusionarse los cuatro hidrógenos debido a las altísimos condiciones de presión y temperatura que se dan en las estrellas, dos de los protones (sólo es mi opinión) adquieren la naturaleza de neutrones para poder estabilizar el nuevo núcleo más pesado. De lo contrario, tendrían que darse simultáneamente dos reacciones, una de fisión de otros núcleos que originara el aporte de neutrones a la reacción de fusión propiamente dicha, que también considero muy posible. Tal vez la fisión de grandes núcleos actúe como catalizador de fusiones de los núcleos más pequeños, me parece perfectamente factible.

Pero tengo más objeciones.

Se sugiere que una estrella como el sol es prácticamente hidrógeno y helio, pero yo creo que eso no sea así. Creo que eso sólo es lo que vemos, la superficie.

La estrella ha de tener más o menos la misma composición que la composición media de los planetas que orbitan en torno suyo, sólo que en mucha mayor cantidad y por tanto mucho más comprimida, resultando en total un conjunto en completa ebullición donde en la superficie se fusionan los elementos más ligeros y en el interior los más pesados.

De esta manera, en el interior del sol se golpean frenéticamente los núcleos más pesados en un juego simultáneo de fisión y fusión que busca la estabilidad mediante el aligeramiento de su masa total por medio de la emisión de energía, la famosa fórmula de Einstein E = mCC.

Sería interesante comprobar cómo un protón de hidrógeno se convierte en un neutrón de helio, pues sería un primer paso para la obtención de antimateria, y una vez obtenida la antimateria de forma estable, tendríamos como consecuencia la tan ansiada antigravedad, cuyas aplicaciones serían inmensas.

Piensen que un avión cuya carcasa fuera de antimateria, habría que cargarlo bien para que no fuera repelido por la tierra, y para alcanzar velocidades próximas a la luz tan sólo tendría que aproximarse a una estrella y sería repelida hacia el espacio por la mayor de las rampas imaginables.

Las aceleraciones que se podrían soportar sin estar afectado por el campo gravitatorio serían imposibles de describir, por ejemplo, de 0 a 10.000 km/h en un segundo...

No está mal, aunque ya sé, se dice que la antimateria se auto-destruiría al instante al entrar en contacto con materia ¿de qué me suena eso? Ah, sí... también decían eso del primer modelo de Rutherford, ha de ser indicio de verosimilitud, además ¿desde cuándo nos importa el qué dirán?

Lo que sí que ha de ser formidable, por desgracia, es una explosión de antimateria.


MÁS HISTORIA: Y EN VEZ DE FUSIÓN FRÍA... GUERRA FRÍA.

Pero a finales de los años treinta, la física nuclear llevó a una carrera frenética por arrojar el primero a algún enemigo un artefacto que desencadenara una fisión nuclear acelerada, el uranio no era problema, siendo muy escaso hay para volar el planeta muchas veces, el problema era el detonador.

La humanidad, que podría haber conocido el sueño de Nikola Tesla de conseguir energía gratis para cubrir todas las necesidades del planeta, y además inalámbrica, y que ninguno de nosotros hubiera visto nunca una factura de electricidad, lo que vio fue un experimento que hace sudar terror, y en vez de una fusión con fines humanitarios y ecológicos, y luego con un poco más de esfuerzo en investigación, la fusión fría, en vez de eso tenemos tecnología para provocar una pequeña erupción solar aquí en la Tierra.

Y todo empezó con el estudio de los humildes neutrones. El neutrón es un sigiloso bombardero de átomos que los atraviesa sin ser detectado debido a que no poseen carga, sin embargo son tan sólidos y pesados que cuando chocan fortuitamente con un núcleo lo rompen en pedazos como cuando se empieza una partida de billar, donde la bola blanca sería el neutrón que impacta sobre las restantes quince bolas, unidas y apretadas formando un núcleo, por ejemplo, de oxígeno.

En la mayoría de elementos de la tabla periódica, los más abundantes en la naturaleza, que son precisamente los más ligeros, al ser pequeños sus núcleos es difícil impactarlos, y cuando se logra el impacto apenas tiene consecuencias energéticas pues el neutrón, bien sale rebotado, o bien queda atrapado en el núcleo y otro protón es desplazado sin colisionar con mayores consecuencias que las típicas lesiones en la piel, órganos internos, ceguera y muerte, pero ese es el menor de los males que puede causar (estoy siendo irónico), de hecho es lo que se busca.

Cuando se bombardean con neutrones núcleos de elementos muy pesados, afortunadamente los más escasos en la naturaleza, la probabilidad de impacto es mucho mayor, y cuando éste se produce los núcleos se parten por su parte más débil, pues cada núcleo tiene, por así decirlo una brecha de fractura, dando lugar a dos núcleos del mismo elemento si la brecha es simétrica, o a dos elementos distintos si la fractura deja a un lado más protones que en otro lado.

Lo que más sucede es que las fracturas se producen por los laterales del núcleo rompiendo los enlaces más débiles que son los más exteriores, dejando partículas de hidrógeno separadas del nuevo elemento, lo que precisamente observaba Rutherford en su laboratorio.

El hidrógeno queda libre, pero ¿qué pasa con el neutrón que le sostenía al gran núcleo? Que queda suelto a gran velocidad para chocar contra otro núcleo grande, es decir, se produce la reacción en cadena, y la energía que se libera es tan inmensa que, si se desencadena en un objeto grande, hecho de algún elemento pesado como el francio(87), el radio(88), el actinio(89), el torio(90), el protactinio(91) o el uranio(92), podría hacer saltar por los aires a una gran ciudad entera, y los neutrones seguir rebotando durante muchas décadas matando silenciosa e indiscriminadamente a todo ser vivo.

Del entusiasmo se pasó a las apuestas y pronto los países más capitalistas se lanzaron a la carrera de a ver quien construía antes el aparato que acojonara a toda la humanidad, como en esas pelis donde el malo sueña con dominar el mundo, sólo que al malo en este caso lo votaban millones de ciudadanos. Y había muchos malos, casi uno por cada país desarrollado. Salvo en España, pues en aquel tiempo aparte del subdesarrollo implantado a golpe de fusil, teníamos un malo que no necesitaba de ciencia ninguna para practicar el genocidio.

Pero en el resto de Europa los laboratorios fueron invadidos por el entusiasmo hacia la física nuclear, se sospechaba que esta colisión de neutrones contra los núcleos de la tabla periódica más pesados sería espectacular. El santo grial de la física moderna resultaría mucho más peligroso de lo esperado.

En un laboratorio del Instituto Kaiser Wilhelm de Berlín, un químico llamado Otto Hahn disparó por primera vez neutrones contra el elemento más pesado de la tabla periódica, el uranio.

Otto hahn pretendía analizar químicamente los elementos generados por las colisiones de neutrones.

Esperaba encontrar algo pesado y parecido al uranio que estaba bombardeando, algo como el radio(88), sin embargo encontraba bario (56), y no lograba encontrar una explicación.

Era de los que cuando no hay respuesta, pues no hay respuesta, y al que no le guste que se dedique a sus asuntos.

Hahn recurrió a una antigua asistente que tuvo, la física Lise Meitner. Pero ella no se encontraba ya en Alemania pues era judía y el partido nazi había sido el más votado.(caray con la democracia).

Así que Hahn le envió sus experimentos a Suecia, donde se encontraba con otro físico nuclear que era además su sobrino y también judío, Otto Robert Frisch, el científico que desarrolló el primer mecanismo de detonación de una bomba atómica, en 1940.

En cuanto recibieron la carta de Hahn en 1938 se dieron cuenta de que el núcleo de uranio se partía en mitades iguales y que la reacción consiguiente era extremadamente potente, la que mayor fuerza nuclear fuerte se podía liberar.

Volviendo a las felices comparaciones de algunos físicos que tanto gustan en las revistas científicas, la energía que libera un sólo núcleo de uranio al desintegrarse en dos, sería suficiente para mover un grano de arena.

Antes de echarnos a reír haremos el siguiente cálculo: si un grano de arena contiene billones de billones de átomos, sería como si lanzásemos un balón de fútbol a la luna y éste la sacara de su órbita.

Inmediatamente de conocerse su descubrimiento estalla la segunda guerra mundial (qué casualidad).

Los científicos aliados se pusieron a investigar la manera de implementar la bomba atómica.

El estadounidense Robert Oppenheimer sería el director del macabro proyecto Manhattan en el Laboratorio Nacional de Los Álamos, en Nuevo México USA.

Hiroshima y Nagasaki serían en 1945 sus campos de pruebas.


jueves, 14 de octubre de 2010

DEMOLIENDO LA TEORÍA DEL BIG BANG (Parte 1 de 5)

LA HUMANIDAD Y SU ENTORNO: EL UNIVERSO

Desde los tiempos más remotos el ser humano se ha planteado cuestiones existenciales al contemplar el universo en la profunda esfericidad de una noche de verano.¿Quienes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Son las típicas preguntas que la humanidad siempre se ha formulado a cerca de sí misma y el individuo.

¿Cómo se formaron las estrellas? ¿Cómo se formó el mundo? ¿De qué está hecha la materia? Son las otras típicas correspondientes a cerca del entorno, aunque antiguamente eran formuladas en términos de creación, como por ejemplo ¿Cómo fueron creadas las estrellas? ¿Cómo se creó el mundo? Y casi de manera espontánea surgía el problema del demiurgo ¿Quién creo el universo?

Las religiones hablan de creación y la ciencia de formación, pero desde los cataclismos de Hiroshima y Nagasaki en 1945 hay un grupo grande de científicos que no toleran la menor crítica acerca de una supuesta creación del universo que consideran un hecho sobradamente probado, un dogma de fe al que llaman Teoría del Big Bang.

Lo que es realmente extraordinario es que siempre y en todo momento hemos tenido una respuesta para todas ellas, pues el ser humano no tolera bien, por naturaleza, su propia ignorancia. Antes de reconocer sus propios límites intelectuales y cognoscitivos, y reconocer humilde y llanamente que no tiene una respuesta para tal o cual cuestión, se inventará lo que haga falta, por aberrante que parezca a un sentido común medianmente claro, antes que resistir la tentación de emitir sentencias firmes sobre lo que no tiene ni remota idea.

Es más, parece que siempre se ha cumplido un máxima sapiencial que reza: "a mayor tamaño del misterio o de la laguna en un saber humano que se trate en un momento dado, más categóricamente se defenderán las hipótesis que pretendan abordarlo, como si fueran verdades absolutas e incontestables, hasta el extremo de consolidarse en un fenómeno disuasorio y amenazante de inquietudes y responsabilidades que se conoce como la fe".

El ser humano, por naturaleza, odia a dios, aunque cree que lo ama. Teme al conocimiento aunque cree que lo ansía y lo persigue. Necesita un creador. Y necesita sentirse parte de la creación porque, como mortal y ser profundamente efímero, siente una terrible aprensión, por no decir aversión, hacia lo infinito y lo eterno, cual siente que es la naturaleza del universo. Necesita imperiosamente un creador, aunque sea invisible, ciego, sordo y mudo. Necesita un Big Bang para enmascarar sus propias carencias de respuestas. Necesita sin pretenderlo ni siquiera saberlo, una creación mutable y temporal, qué indeterminación, qué herejía.


EL ÁTOMO

Desde Demócrito al menos (siglo V ac), sabemos que todo en el universo está compuesto de diminutas esferas llamadas átomos, que significan en griego “indivisibles”. Sin embargo, sólo se ha podido demostrar su existencia a principios del siglo XX, su existencia y una aproximación sobre su tamaño: "si los pusiéramos en fila cabrían en un milímetro más de un millón de átomos". Ciertamente en un grano de arena hay miles de millones de átomos de silicio.

Desgraciadamente, en cuanto se logró tan brillante aproximación, muchos teólogos se pusieron una bata blanca y corrieron a buscar una noticia equivalente sin temor a dar la nota. Si los verdaderos científicos ponían medida a lo más pequeño, ellos tenían que medir lo más grande.

Y nos regalaron la arrogancia de medir el universo ya no en parsecs, en años luz o en vulgares kilómetros, sino en átomos. No hay que olvidar que para estos gansos homologados y becados, el universo observable es todo el universo, y por tanto, cuantificable. Para los creacionistas de la astronomía existen 10 elevado a la 70 potencia átomos en todo el universo, es decir, diez billones de billones, de billones, de billones, de billones, de billones, de billones, de billones, de billones, de billones, de billones, de átomos, alguno más o menos.

Todos se conforman, aplauden esta estimación feliz y se reparten subvenciones para todos. Cómo hemos progresado en este siglo de locura tecnológica, eso sí es filosofar a martillazos, amigo Nietzsche.

También se sabe ya que existen 92 tipos de átomos, ordenados de manera más o menos coherente en lo que se conoce como la tabla periódica. Los átomos, como unidades elementales de la materia se les denomina en esta tabla "elementos" para diferenciarse del genio de Demócrito, que diferenciaba tan sólo cuatro tipos de elementos: agua, tierra, aire y fuego, más quizás un quinto elemento que no se sabe con certeza si era conocido por este padre de la ciencia o no: el éter, o dimensión inmaterial y atemporal que interpenetra la nuestra.

Hoy los físicos teóricos contemplan muchas más dimensiones entre montañas de incomprensibles ecuaciones, y los empíricos muchos más elementos que en la Grecia presocrática, pero el problema fundamental sigue aún sobre la mesa ¿el universo es eterno, o tuvo un origen y tendrá por tanto un final?

Para muchas mentes privilegiadas la creación del universo es , como dije antes, indiscutible, lo consideran hace siglos un hecho probado mediante un simple razonamiento: si algo existe habrá sido creado.

Ahora la conclusión es la misma, y aunque el razonamiento es también bastante simple, viene acompañado de colosales ecuaciones que pretenden ratificarlo. Este rompecabezas teológico tiene nombre de epopeya hollywoodiense, como ya sabrán, se llama Big Bang.

Y se quedan tan campantes. Según la física académica, es decir, para los licenciados en físicas, el vacío, el tiempo, la gravedad, el magnetismo, la luz, la radio, la entropía, etc. son fenómenos muy interesantes que sencillamente no existen.

Aceleradores de partículas como el BNL de Nueva York, el Fermilab de Chicago o el CERN de Suiza, con miles de millones de dólares y euros de presupuesto de los contribuyentes cada año, se han construido para estudiar fenómenos que no existen.

Oficialmente, están tratando de recrear en laboratorio el primer instante del universo. Si esa idea les hace ricos y felices, suerte que tienen, pero por lo pronto, que vayan actualizando sus dogmas: "lo de menos en el universo son los átomos".

Tú y yo somos átomos, lo sabemos muy bien. Somos combinaciones de oligoelementos en base de carbono, pero ¿de qué están hechos los pensamientos? ¿los sentimientos? ¿los recuerdos? ¿de qué está hecha la felicidad? ¿de qué esta hecho el futuro?

Mientras nos distraen con el Big Bang y se pulen nuestros impuestos, cuando descubran la antigravedad, la potencia del vacío, la fusión fría, o la fisión controlada, entonces, como siempre, se forrará alguna compañía privada y se formará a su alrededor una bonita tecnocracia, para decirnos cómo es el universo y su nueva edad estimada.

Se jactan de conocer el número de átomos que hay en el universo, cuántos tipos de átomos existen y de qué manera se han creado cada uno de ellos, y como colofón, afirman que la respuesta al misterio de la "creación" está en el corazón de cada átomo del universo (creo que si se les pone un par de copas más nos, explican el misterio de la transustanciación y el de la santísima trinidad por el mismo precio).

Es formidable que se cumpla la profecía new age en su sección de convergencia entre la religión y la ciencia, pero me horroriza comprobar que la facultad de física se haya doblegado tan impunemente y convertido en una facultad de teología refinada para gente selecta.


UN POCO DE HISTORIA SOBRE LA "CREACIÓN": MARIE CURIE

La historia del "génesis según la física" comenzó a forjarse hace poco más de cien años en un pequeño laboratorio de París, donde una doctora en química experimentaba las cualidades de un metal radioactivo natural, el radio.

Esto no quiere decir que Marie Curie fuera creacionista, eso no lo sabemos ni lo creo, tan sólo que el pensamiento científico, y en especial el de la física, experimentó un salto espectacular a partir de las observaciones que esta doctora realizó decididamente, sobre un metal cuya energía parecía inagotable, una energía que la comunidad científica denominó (y algunos bautizaron) radioactividad.

No hace falta describiros cómo terminó la gran señora. Sus blocks de notas, cien años después, siguen generando enormes cantidades de partículas radioactivas.

Marie Curie descubre en 1898 un metal gris que desprende una energía que penetra en todo, como las ondas de radio, motivo por el cual lo llamó radio. Sin embargo esas ondas no eran inofensivas como las que portaban noticias y melodías musicales por el aire desde una central emisora hasta unos receptores fabricados a base de transistores.

Las ondas que estudiaba Madam Curie velaban placas fotográficas antes de extraerlas del precinto, y lo que es peor, también quemaban la carne humana. La quemaban misteriosamente desde dentro, y también de manera funesta, pues cuando aparecían erupciones en la piel los órganos internos ya se habían dañado irreparablemente y sólo cabía esperar la muerte. Pero esta cualidad aún era desconocida mientras Curie laboraba.

Curie tardó décadas en percatarse de la nocividad del radio. A ella le interesaba su potencial energético como la perfecta candidata a ser una pila inagotable. Calculó que un gramo de radio podría contener un potencial equivalente a cien toneladas de carbón. Era lo más ecologista que se había escuchado hasta entonces.

El descubrimiento fue un hito para la humanidad. Los ciudadanos franceses y la prensa rosa se fascinaron con el radio aunque nadie sabía lo que era la radioactividad, ni mucho menos las consecuencias de una exposición prolongada a una fuente radioactiva.

Todo el mundo supuso que esa energía debía ser saludable, y los laboratorios cosméticos se lanzaron a una frenética y descabellada campaña de marketing de productos radioactivos para el baño: colonias, perfumes, jabones, geles y cremas atómicas, agua radioactiva capaz de curar ell cáncer, potenciadores sexuales que se colocaban en el escroto, supositorios y demás ungüentos se anunciaban sin el menor reparo, y el precio del radio se puso por las nubes, se fabricaron incluso cuchillas de afeitar hechas de radio (no cabe duda que como exfoliante no tendría parangón).

Para los científicos la radioactividad era la revolución de las leyes de la física, y se lanzaron a su estudio toda una generación de eruditos intelectuales, igual que ahora se mantienen ocupados en la búsqueda del gravitrón, pues si los extraterrestres lo tienen ¿porqué nosotros, que somos los buenos de la película, aún no?

Veinte años más tarde se comprendió la naturaleza del átomo, y por ende la del universo, material, y por seguir empleando el vocabulario cosmogónico-teológico de los “creyentes” de la teoría del Big Bang, lo llamaremos "revelación". La naturaleza del átomo fue una "revelación de los años veinte.

La revelación o iluminación divina de 1919 permitió extraer la conclusión más sorprendente de todas. De repente, y sin haber nacido aún a Harry Poter, se había descubierto la piedra filosofal, si Paracelso levantara la cabeza... Y esa piedra filosofal que levantaba ampollas de toda índole, se llamaba radio.

La humanidad había cumplido el viejo sueño filosófico de convertirse en alquimista, aunque más que soñar con el oro filosofal se comenzó a especular con la cantidad de radio que sería necesaria para volatilizar una ciudad, pues no hay que olvidar que de entre los mecenas de la ciencia siempre se ha destacado el ejército, agazapado, discreto y maquiavélico, el cual siempre ha exigido, como cabría esperas, digamos, aplicaciones de urgencia proporcional a su capacidad destructiva, de momento sólo teórica.


EL PRIMER ALQUIMISTA CONOCIDO: ERNEST RUTHERFORD

Grandes científicos de las épocas más remotas y desconocidas, hasta otros más recientes como Isaac Newton, Robert Boyle y John Locke fueron seducidos por la posibilidad de transmutar ciertos metales vulgares en otros más escasos y valiosos por medio de la alquimia. Y por fin, en 1919, en el departamento de física de la Universidad de Manchester, la humanidad comenzaría, gracias a Ernest Rutherford, a comprender los mecanismos para dominar este arte, de alguna manera (a ser atropellado por un rinoceronte se le debe llamar dominio del toreo).

Por supuesto, semejante gloria y riqueza no podía caer en manos laicas. Este conocimiento, que podía hacer tambalear a la religión, como cualquier avance científico con repercusiones filosóficas, debía ser “convertido” en un instrumento que demostrase nada más y nada menos que la existencia de un "Creador" con mayúsculas, es decir, que explicase la existencia del cosmos, la existencia de todo, en un paquete mental compatible con la versión humana actual...

Así, en los años treinta se publicó por primera vez un bosquejo de la omnipresente teoría del Big Bang que, como verán, de moderno esta idea tiene poco, y de original tampoco, pues es una versión refinada del génesis bíblico.

Todos los alquimistas físicos habían fracasado, no así los alquimistas filosóficos, por supuesto.

El primer alquimista que tuvo éxito realmente en el campo de la física fue, pues, Ernest Rutherford, un neozelandés intuitivo y paciente que puso patas arriba las leyes convencionales de la física.

Su descubrimiento fue casi accidental. Uno de sus alumnos observó que cuando un material radiactivo como el radio era sellado en un recipiente con aire, aparecían cantidades anormales de hidrógeno, se generaba hidrógeno ¡como de la nada!, aquello era un reto sublime para un físico experimental como Rutherford.

Empezó aislando los gases que contiene el aire natural: nitrógeno en su mayoría (78%), oxígeno (21%), dióxido de carbono (menos del 1%), agua y otros gases, y observó el comportamiento de cada uno de ellos por separado, en presencia de radioactividad.

Le llamó poderosamente el primero y más abundante de todos ellos, el nitrógeno. En presencia de radioactividad el nitrógeno desaparecía y aparecían dos gases diferentes que antes no estaban: el oxígeno y el hidrógeno.

El primer alquimista físico conocido había transmutado un elemento en otros dos elementos diferentes, y el radio había sido su piedra filofísica, ya que la filosofal pertenece a otro ámbito del conocimiento.

Lo que no sabían todavía era que los núcleos del nitrógeno se habían dividido, se habían partido literalmente.

No conocían aún la constitución de los átomos, apenas conocían su tamaño. Sabían que hay más átomos en un sólo vaso de agua que vasos de agua en todos los océanos del mundo, que ya era mucho saber.

Rutherford enseguida comenzó a intuir la estructura interna de un átomo, que describió exactamente como un sistema solar, la imagen que aún se conserva por la comunidad científica. con muy pocas variaciones.

Se trata del modelo atómico de Rutherford: en la posición que ocupa la estrella, el sol, se encuentra el núcleo del átomo, y alrededor, como si de planetas se tratase, se encuentran orbitando los electrones. Se decía que la magia de la vieja alquimia le había "revelado" tal imagen del átomo (era demasiado querido como decir que el diablo se lo había susurrado).

Ernest no era muy amigo de las complicadas ecuaciones con que se justifican algunos físicos teóricos, tediosas y farragosas, que se equivocan en un signo y les salen unas cuantas dimensiones de más.

El era eminentemente práctico, un inspirado. Le basto un momentáneo resplandor para poner a toda la física patas arriba y ofrecer la explicación que aún persiste acerca de la radiactividad. Dejó las demostraciones para los matemáticos y demagogos que viven de y para la ciencia, y también de refutar hipótesis, labor encomiable donde las haya :-)

Nota: conste que yo no estoy refutando una hipótesis, yo, a lo largo de este artículo, refutaré un hecho sobradamente probado, como los clavos de cristo, que lo siguen llamando “teoría” porque la biblia prescribe humildad.


EL MODELO ATÓMICO DE RUTHERFORD

La idea simple que buscaba Rutherford, y que aún funciona, fue imaginarse al núcleo atómico como un bloque de pequeñas esferas rígidas unidas muy, muy fuertemente. De esa manera se podía construir imaginariamente, a partir de un pequeño grupo de elementos simples, una gran variedad de elementos más y más complejos, hasta la totalidad de todos ellos.

El hidrógeno, que es el elemento más sencillo y abundante en el universo, consta de una única esfera nuclear a la que denominó “protón”, derivado del griego que significa “primordial”. Y todos los demás elementos se construirían añadiendo otros protones a ese núcleo de hidrógeno. Es todo.

El helio, que es el segundo elemento más ligero y más abundante en el universo, tiene dos protones. El litio tiene tres, el berilio cuatro, el boro cinco, el carbono, nuestro principal constituyente, el ladrillo de los oligoelementos, tiene seis, y así sucesivamente hasta completar los 92 tipos de elementos, o átomos distintos, que existen en la naturaleza.

Esta idea, que como ya digo aún perdura, de definir cada elemento por el número de protones que contiene su núcleo, fue toda la inspiración de Rutherford, una idea “divina”.

Después, llegarían los carroñeros para explicarnos, a partir de esta idea simple y genial, la creación de todo el universo, hasta de lo que no son átomos ¡ffffff!.

Y mientras unos escudriñaban la palabra de dios entre las estrellas, otros seguían exprimiéndose la sesera para resolver las nuevas incógnitas que acompañaban a las ideas surgidas en cascada desde los núcleos de Rutherford.

De inmediato se supo que los protones eran los responsables de casi toda la masa de los núcleos pequeños, y que eran además sensibles a los campos electromagnéticos, en concreto se comportaban como cargas positivas. Pero ¿Cómo podían mantenerse tan fuertemente unidos los protones en los núcleos de los átomos, si es sabido que las fuerzas del mismo signo se repelen?